Encochinarse es fácil...

jueves, 26 de junio de 2014

Miguel Ángel Ramírez, presidente de la Unión Deportiva Las Palmas, el pasado domingo. Foto: Marca.
Minuto 91. La Unión Deportiva Las Palmas había estado 360 minutos sin encajar un gol, los 180 contra el Sporting y los 180 con el Córdoba. Un gol de Apoño daba el ascenso virtual a los amarillos. La fiesta estaba preparada, la isla se disponía a celebrar que el equipo volvía a la Primera División. Los más de 31.000 espectadores que abarrotaron el Gran Canaria tomaban aire para el suspiro de alegría cuando el colegiado pitara el final. En ese momento empiezan a saltar un grupo de aficionados al terreno de juego. Como un reguero empiezan a ocupar las pistas de atletismo. El árbitro para el partido y existe riesgo de suspensión. Los aficionados corren y se enfrentan con los seguidores de las gradas. Algunos comentan en Twitter que es normal que la alegría se desborde. “La gente está deseosa de celebrar el ascenso”, justificaban. No hay forma de controlarlos y el partido se reanuda. Ángel López despeja el balón. El portero Juan Carlos lo pone en tres cuartos de campo. El Córdoba lo cuelga. Le llega en el segundo palo a un jugador cordobecista completamente solo. Remata en semifallo. Barbosa falla y Ulises Dávila manda a la red. El fin, el acabose. Nauzet Alemán llora en el césped, los niños hacen lo propio en las gradas. Se escapó el ascenso. Otro año más en Segunda. Maldita sea. Con lo bonito que hubiera sido ver el presumiblemente último año de Valerón en Primera, quizá era la última oportunidad para vetaranos como Ángel, Momo o David García, con lo necesario que era el ascenso para retener a futbolistas importantes como Apoño, Barbosa o Aranda. Todo se echó a perder. En el terreno de juego la imagen era dantesca. El trío arbitral escoltado, algunos jugadores del Córdoba agredidos, agentes de seguridad intentando controlar a los saltadores, hasta los mismos jugadores de la UD fueron agredidos, entre ellos un señor del fútbol, un ejemplo para los niños como Juan Carlos Valerón.

Había que buscar culpables. Malditos “niñatos” que habían saltando al campo, “poligoneros”, “coyotes”, “chandaleros”, “escoria”, “basura”, la “lacra de la sociedad”. Éstos y otros improperios se podían leer en las redes sociales y escuchar en cualquier tertulia de bar. Algunos querían sus cabezas, otros pedían responsabilidades. Los aficionados civilizados se quejaban de la pasividad policial, querían la sangre de los verdugos. Reconozco que yo también me indigné y que vi a mucha gente sensata cabreada. Era normal. Todos queríamos ver a Las Palmas en Primera y no dolía tanto la pérdida del ascenso, como la forma en la que se produjo. Además era realmente triste ver a tantos niños sufriendo por un acto vandálico de este tipo. La imagen de Deivid sentado en el suelo, era la imagen viva de la desolación. El 15 amarillo había soñado desde niño con ese ascenso. Posiblemente había rechazado mejores ofertas, incluso de equipos de Primera, para subir con el club de sus amores. El destino se lo había robado en una escena kafkiana, escrita por guionistas macabros y retorcidos. 

Embrutecerse es fácil, más cuando la corriente te lleva por ahí. Parar es más difícil. El presidente es un conocido empresario en el área de la seguridad y no había podido evitar aquello. Su imagen cabreado en medio del estadio dando golpes contra el banquillo, parecía más propio del pastor al que se le escapó el ganado, que la de un presidente de un equipo de fútbol. La Delegación del Gobierno, que había previsto un impresionante dispositivo para el pregón de Soria en Telde sin saber la gente que iba a protestar, se limitó a culpar al club cuando sabían perfectamente que se iban a dar cita 32.000 personas en el estadio más las que habría fuera sin entrada. El presidente del Cabildo de Gran Canaria, José Miguel Bravo de Laguna, aprovechó la ocasión para criminalizar la protesta social. Decía Bravo que los incidentes eran debidos a un “cierto tipo de anarquismo” y que respondían a la “incitación a la indignación”. Como si el fútbol y la protesta social fueran lo mismo. Curiosamente el Estadio de Gran Canaria es propiedad del cabildo insular, pero el presidente no se sintió responsable de lo que allí pasó. Tampoco se siente culpable de que se den estas actitudes en nuestra sociedad, cuando él lleva décadas ejerciendo cargos públicos. Curiosamente el Cabildo de Gran Canaria tiene un proyecto para quitar las pistas de atletismo del estadio y así acercar la afición al campo. La pregunta ahora es si sigue firme en este proyecto. La connivencia entre el Partido Popular de José Miguel Bravo de Laguna y el presidente de la Unión Deportiva Las Palmas, llega al punto de que el presidente de la entidad de Pío XII pidió el voto para Bravo de Laguna en las últimas elecciones, ya que prometió acercar las gradas al terreno de juego. Teniendo en cuenta estas cosas, es más fácil entender la alfombra que han colocado para que no se llegue al fondo.

Un guerra civil por fútbol
Lo decía más arriba: parar y pensar las cosas dos veces es un ejercicio complicado. Bien les hubiera ido a los hondureños y salvadoreños parar antes de empezar la llamada “Guerra del fútbol”. Sin embargo, el periodista polaco Riszard Kapuscinsky demuestra que la guerra tenía un explicación económica, pero el gobierno salvadoreño usó una derrota deportiva contra la selección de Honduras para enaltecer a las masas. No lo vieron así. Tras el encuentro empezaron a aparecer fotos de personas que saltaron al campo, muchos de ellos menores de edad. Se pedía sus cabezas, como Salomé pidió la de Juan el Bautista, se publicaban sus números de teléfonos, dónde vivían, el nombre de sus novias y de sus madres. En ese momento hubo que mandar a parar. Una vez me dijo un profesor que “hacer periodismo es meterse en problemas”. George Orwell, por su parte, consideró que “hacer periodismo es decir algo que a alguien no le gusta, todo lo demás son relaciones públicas”. A esas frases les dio forma Juan García Luján. En plena vorágine de violencia, en pleno auge de la caza al saltador, a “los niñatos que nos habían dejado en Segunda”, surgió la voz del periodista para denunciar el linchamiento que se estaba pidiendo. Hubo quien consideró este escrito como una justificación de las personas que habían invadido el estadio, porque es más fácil seguir encochinado pidiendo cabezas.

Pero los WhatsApp seguían llegando, las amenazas empezaban a materializarse en sospechas de alguna que otra paliza. En plena Sociedad de la Información, el ser humano es más bárbaro que nunca. La información que recorre la red hay que tomarla con pinzas, contiene prejuicios, información interesada, en ocasiones solo busca envilecer a la gente. Es curioso la desinformación que tenemos en ocasiones, lo difícil que es separar el grano de la paja. Mucha información en volumen, pero escasa en calidad. En situaciones como ésta es donde más se deja ver. Ahí tendrían que estar los profesionales de la comunicación para poner cordura. Pero no. Varios medios de comunicación se han encargado de montar un asqueroso circo. Salía la madre de uno, la novia de otro, otro se arrepentía, otro, por su parte, se envalentonaba, una profesora aseguraba que eran los mismos que le estropeaba las clases y una periodista consideraba que no debían ser tratados con civismo, “porque el civismo no vive en sus vidas”. Un verdadero circo romano, donde unos se ponían en la plaza para ser ajusticiados, mientras la masa enfurecida aplaudía extasiada. Un amarillismo que da cuenta de la crisis tan profunda que vive el periodismo, cuando debía dedicarse a parar la locura y zanjar el tema. Como dice Samuel Toledano, “hablar a la cabeza, a la razón, no a las tripas y al corazón”. Varios medios canarios, entre ellos algún programa de la televisión pública, nos han llenado tanto las tripas, que estamos a punto de arrojarnos. Por suerte, en el entramado de medios sensacionalistas en busca de audiencias, surgen otras dos reflexiones muy interesantes. Por un lado la de Josemi Martín en Tamaimos, donde se centra en el aspecto educativo. Por otro, la del Catedrático en Psicología Social de la ULPGC, José Antonio Younis, en la que hace un análisis desde la perspectiva de clase social y donde destaca que no deberían estar al mismo nivel las reacciones de los aficionados con la del presidente.

¿Es fútbol o es religión?
El lunes se realizó una protesta en el Cabildo de Gran Canaria contra las prospecciones petrolíferas. El cabildo insular debía debatir sobre las mismas. Lo sucedido la tarde anterior le restó fuerza. De igual forma, el martes, que fue festivo, el Tribunal Supremo se pronunció a favor de las prospecciones petrolíferas. Los hechos del domingo están totalmente desligados de estos dos eventos, pero lo cierto es que los medios siguen dando cancha a lo que pasó el pasado domingo en el Gran Canaria, con lo que nos jugamos con este tema. Sabemos que el fútbol es calificado como “la religión del siglo XXI”, el “opio del pueblo”, el “pan y circo”, pero no me gustaría entrar en esos tópicos. Todas las cosas en esta vida son buenas o malas en función de lo que narcoticen al individuo, pero sí es verdad que en las sociedades modernas el deporte genera una especie de interés mesiánico, que lo hace el centro del universo. Pero paremos, pensemos desde el fondo y valoremos si es más importante un equipo en Primera o el bienestar de todo un pueblo. Yo me niego a calificarme de Primera o Segunda por la categoría donde esté mi equipo. Si un grupo de personas saltaron al campo y provocaron destrozos, que sean juzgados por esos hechos, pero que no carguen con toda la ira por no haber subido el equipo. Al fin y al cabo, solo es un deporte. ¿O no?
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Sietesitios 2014
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