Desde chiquitito me eduqué en dos escuelas. Mi casa era una de ellas. Allí mis padres me inculcaban valores, normas de comportamiento y responsabilidad. Mi padre y mi abuelo fueron maestros involuntarios; el primero porque con sus textos y sus esporádicas y espontáneas intervenciones me inculcó -sin pretenderlo ni saberlo-, las ideas que hoy pulsan estas teclas con orden y concierto -al menos los que yo considero apropiados-; en el caso de mi abuelo, porque su vínculo inexorable con la tierra, no sé si por hábito o por instinto, me hizo relacionar el entorno en el que me tocó vivir con las manos cariñosas de quien la trabajaba y a quien al mismo tiempo tanto admiraba. La otra escuela de la que les hablaba era el colegio. Allí aprendí muchas cosas y desaprendí otras. No les voy a explicar nada nuevo de una vida académica que, quien más o quien menos, todo el estudiantado canario conoce. Lo que sí quiero destacar de esa etapa son las letanías que había que asumir. Había una serie de principios que se daban por sentados. A nosotros, como alumnos, lo más que nos correspondía era el premio y reconocimiento a quien mejor lo expresaba en alguna de las bellas artes para principiantes que nos trataban de inocular. Así, entre muchas festividades y causas normalizadas como justas, puedo destacar cómo aprendí como axioma origen de todos los principios, que "vivimos en una democracia". Las cuestión estaba clara. Había que partir de aquí para arriba. Todo lo que no se parecía a esto no era democrático y pasto de juicios con el dedo que con facilidad aprendimos a emitir. Me lo creí. Canarias "pertenecía" a España (siempre me resultó curioso este verbo de tamaña correspondencia unívoca, que no biunívoca). Y que Canarias perteneciera a España nos situaba en una posición de absolutas garantías democráticas. En mi pueril conciencia me creí esta situación. La democracia garantizaba todas mis libertades, y yo no había visto todavía socavárseme ninguna de ellas. Pasó el tiempo y pronto vi cómo algunas de esas libertades me costaba un poco poder ejercerlas. Tenía libertad de expresión, pero ninguna garantía de voz en los medios que presumían de esas libres prensa y pensamiento. No me daba cuenta de que también tenían libre omisión. Pero claro, no era menos cierto que mi pensamiento era minoritario. La democracia es el poder de las mayorías. No podía exigir igualdad absoluta si mi gente y yo éramos un porcentaje muy pequeño del pensamiento general. ¿O sí podía...? No lo sé. El caso es que asumí mi rol agraviado y aprendí a vivir con él, y con él he vivido todos estos años.
De esta manera, aquellos locos que hablaban de la corrupción, de la especulación, del robo institucional, de la explotación del suelo y los recursos; aquellos catastrofistas que anunciaban poco menos que el apocalipsis ante aquellos oídos sordos, ojos ciegos y lenguas mudas que sobremorían con las migajas subyugadoras en los tiempos de las gallinas de los huevos de oropel, hoy nos rebozamos en nuestra miserable clarividencia. Ya no es necesario demostrar las relaciones directas entre los gobernantes y las grandes empresas. No es necesario entregar una colección de oprobiosas facturas donde pagamos la opulencia de alcaldes, concejales, presidentes del cabildo, consejeros o ministros. Tampoco hace falta publicar pruebas de los intereses particulares de los grandes grupos mediáticos que nos manipulan y nos mienten. La población ya sabe todo esto. Incluso los que nos llamaban locos o revolucionarios con toda la carga peyorativa que no tiene el término pero se la dan, esos hoy ven claro como antes veíamos muchos, la ignominia de este sistema de representación ficticia y abyecta.
Pero hoy quisiera extremar un poco este discurso y créanme que lo hago solamente porque lo considero muy necesario.
Canarias es un país donde sus habitantes no tienen prácticamente ningún valor para sus dirigentes, de uno u otro parlamento. Como se solía decir en tiempos de la peseta: "no valemos un duro". ¿Por qué digo esto? Porque sencillamente es imposible que la voluntad pacífica de la mayoría del pueblo canario tenga alguna trascendencia si no va en consonancia con los organismos que dan forma y ejecutan las leyes por las que nos tenemos que regir. Y como este insolente atrevimiento hay que justificarlo para no caer en el saco del fanatismo, me será muy sencillo ejemplificar mi juicio con las diferentes herramientas supuestamente democráticas con las que deberíamos poder hacer llegar nuestra voz a los estamentos gubernamentales.
Canarias es un país donde sus habitantes no tienen prácticamente ningún valor para sus dirigentes, de uno u otro parlamento. Como se solía decir en tiempos de la peseta: "no valemos un duro". ¿Por qué digo esto? Porque sencillamente es imposible que la voluntad pacífica de la mayoría del pueblo canario tenga alguna trascendencia si no va en consonancia con los organismos que dan forma y ejecutan las leyes por las que nos tenemos que regir. Y como este insolente atrevimiento hay que justificarlo para no caer en el saco del fanatismo, me será muy sencillo ejemplificar mi juicio con las diferentes herramientas supuestamente democráticas con las que deberíamos poder hacer llegar nuestra voz a los estamentos gubernamentales.
La Iniciativa Legislativa Popular (ILP)
Este mecanismo de participación semidirecta contempla que, en el caso de Canarias, se puede tramitar en su parlamento una propuesta de ley si está avalada con, al menos, 15.000 firmas de sus habitantes. En el año 2004, 56.087 canarios firmaron para proteger el litoral de Granadilla de Abona, en Tenerife, y evitar la construcción del macropuerto industrial. No es que la ley no saliera adelante, sino que no fue siquiera sometida a trámite debido a la oposición del entonces Gobierno de Canarias, comandado por Coalición Canaria y Partido Popular.
La protesta pacífica
Que les pregunten a las familias de Cho Vito que perdieron su hogar por una interesada interpretación de la Ley de Costas. Tras los desalojos de 2008, en el año 2012, pese a la resistencia de sus habitantes y al masivo apoyo popular, las palas derrumbaron las viviendas de nueve familias. La aplicación de una ley que no afecta igual a estas casas que a determinadas construcciones de mayor calado económico, y que se aplica con posterioridad a la construcción de las mismas, hace que el derecho a la vivienda sea una cuestión subjetiva en esta "democracia".
La representación parlamentaria
Esta ya es una vieja leyenda que todos conocemos. Para empezar, tener representación en el Parlamento canario con la triple paridad que rige su ley electoral se convierte en toda una hazaña. No ha existido todavía la formación política que se haya atrevido a dar el susto en nuestro parlamento. Lo tiene complicado. Pero puede suceder y es el caso, que la mayoría parlamentaria de turno, por una u otra causa, camine en sintonía con el sentir popular. Esto está ocurriendo hoy en Canarias con el caso de las prospecciones. La mayoría de nuestro pueblo, de esta democracia, no quiere que se hagan estas prospecciones. Podríamos analizar las causas, las ventajas y los inconvenientes, y también es posible que no sea complicado averiguar por qué el Gobierno español y su ministro Soria (que no nuestro), están tan empeñados en llevar a cabo esta ejecución a toda costa. Para entenderlo bien podemos ver qué políticas llevaron a cabo los presidentes españoles Aznar y González con determinadas empresas durante sus mandatos y qué puestos ocupan hoy en algunas de ellas. Por las razones que sea, la cabeza pensante y visible del Gobierno de Madrid en esto de las prospecciones está decidido a llevarlas a cabo pese a cualquier oposición, por legítima que sea. ¿Qué pasa entonces si el pueblo canario no quiere que se realicen estos sondeos? ¿Qué ocurre si Canarias no quiere que su petróleo, si existiera en la medida supuesta, sea extraído y explotado por Repsol, por otra compañía o por ninguna de ellas? Que no importa. ¿Por qué? Por que "no valemos un duro".
La democracia nos da la posibilidad de que votemos en un parlamento español en el que seremos una opinión minoritaria entre una multitud, aunque seamos una distinguida "nacionalidad". También nos permite tener nuestro propio parlamento, pero sus atribuciones serán meramente administrativas y no podrá tomar parte en las cuestiones más relevantes que atañen a nuestro presente y nuestro futuro. ¿Pero y cómo sabemos, en un caso tan particular pero al mismo tiempo absolutamente trascendental, cuál es la voluntad de nuestro pueblo? Ya está. Esa es la respuesta. La esencia principal de la democracia: el voto, la consulta, el referéndum. Pero claro, no tenemos tampoco tanta soberanía como para preguntarnos nosotros solos. Necesitamos que el acusado, la otra parte contratatante, el Gobierno español nos autorice a someter el asunto a la opinión del pueblo llano. Pero el miedo a la voluntad popular y la soberbia en el mismo plato, hacen una ensalada indigesta: el autoritarismo. España no permite una consulta de este tipo porque, más allá de competencias, no tiene valor para enfrentar una realidad que va totalmente en contra de sus intereses.
La democracia nos da la posibilidad de que votemos en un parlamento español en el que seremos una opinión minoritaria entre una multitud, aunque seamos una distinguida "nacionalidad". También nos permite tener nuestro propio parlamento, pero sus atribuciones serán meramente administrativas y no podrá tomar parte en las cuestiones más relevantes que atañen a nuestro presente y nuestro futuro. ¿Pero y cómo sabemos, en un caso tan particular pero al mismo tiempo absolutamente trascendental, cuál es la voluntad de nuestro pueblo? Ya está. Esa es la respuesta. La esencia principal de la democracia: el voto, la consulta, el referéndum. Pero claro, no tenemos tampoco tanta soberanía como para preguntarnos nosotros solos. Necesitamos que el acusado, la otra parte contratatante, el Gobierno español nos autorice a someter el asunto a la opinión del pueblo llano. Pero el miedo a la voluntad popular y la soberbia en el mismo plato, hacen una ensalada indigesta: el autoritarismo. España no permite una consulta de este tipo porque, más allá de competencias, no tiene valor para enfrentar una realidad que va totalmente en contra de sus intereses.
Atadas de manos y pies, islas siempre amordazadas
En definitiva, hoy por hoy, en el marco constitucional español, no existen herramientas democráticas que permitan al pueblo canario decidir sobre ningún asunto en el que le vaya la vida. Ni a las minorías, ni a las mayorías, ni a la totalidad del pueblo. Ni en asuntos poco relevantes, ni en el más transcendental de nuestra historia reciente. Sencillamente no tenemos la posibilidad de decidir en esta democracia (y disculpen la contradicción de la frase).
¿Qué nos queda? En mi humilde opinión, una estrofa de la canción "Islas", de los comienzos del insigne grupo musical Taburiente, es la reflexión y la arenga última a la que nos podemos aferrar:
Atadas de manos y pies
islas siempre amordazadas.
¡Que se amotinen tus voces,
islas desafortunadas!
Exacto. Las calles. Que la protesta sea tan grande que los cimientos institucionales que nos tapan la boca ya sin pudor alguno, se resientan y teman por la agitación social. Solo creyéndonos capaces, sentirán los propietarios de las rúbricas que deciden a su antojo nuestro destino, que no queremos dueños; que, a lo sumo, elegimos representantes.
El día 7 de junio Canarias tiene una cita con su futuro. Nos queda quemar los últimos cartuchos antes de que la voluntad popular vuelva a ser ninguneada, esta vez, en un campo que pretende marcar nuestro sino para siempre. Tenemos la obligación moral de pelear hasta la extenuación por este pedacito que, en esencia, nos da todas las condiciones para desarrollar en él una vida digna y feliz. Pero la felicidad egoísta de un grupo de desalmados indiferentes con nuestra tierra y sus habitantes no vale más que la nuestra.
Ya toca cambiar. Quizás sea hora de comenzar a vivir en una democracia.